Viviendo en Menorca, entre campos y rebaños de vacas, tuve claro que yo a la ciudad no volvía: había descubierto la vida de campo y sentí claramente que aquel era mi sitio. Adiós asfalto, ruido y luces permanentes: hasta nunca. 

Me enamoré de las ovejas y monté mi pequeño rebaño. Pronto vi que aquello salía caro, así que empecé a ordeñar y a «hacer queso» para poder mantener el rebaño. Lo de «hacer queso» va entrecomillado porqué aquel año los cerdos comieron muuucho «queso». Un 90% de las elaboraciones me salían fatal, para tirar. 

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Ahora lo veo en perspectiva y pienso… «¡Pues claro! ¡Es que no sabía nada de nada!»

En fin, resumiendo: después de tirar tiempo, dinero y salud mental a lo loco por la borda, empecé en 2.012 con mi primer curso de quesería. Viajaba una vez por semana a Barcelona para asistir. Una locura, pero la formación que encontré online era pésima.

Empecé a ver la luz (aunque analizándolo ahora iba en pañales…) y entendí el por qué de muuuchas cosas (muchos desastres) que me pasaban (de por qué no me salían los quesos, vaya). 

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A partir de aquí me continué formando en varias escuelas, cursos muy generales, otros muy específicos, de elaboración de tipos de queso en concreto… Y paralelamente aprendí de la práctica y más práctica. Del día a día, de rectificar, de volver a empezar e intentar mejorar una y otra vez.